domingo, 29 de septiembre de 2013

Capítulo 8: Una divergente en llamas y con runas

Os dejo el Capítulo 8 y me despido hasta el siguiente viernes, día 4 de Octubre, a 8 semanas de el estreno de Los Juegos del Hambre: En Llamas !!!!!!!!!!!!!!!!
Como siempre deseo que os guste y me despido con lágrimas en los ojos!!!!!!!!!!!!!!


Capítulo 8: Dar el primer paso sin resbalar

De camino al ascensor, me coloco el arco en un hombro y el carcaj en el otro. Después aparto a los avox boquiabiertos que protegen los ascensores y le doy al botón número doce con el puño. Las puertas se cierran y salgo disparada hacia arriba. Consigo llegar a mi planta antes de que las lágrimas empiecen a bajarme por las mejillas. Oigo que los demás me llaman desde el salón, pero salgo corriendo por el vestíbulo hasta llegar a mi cuarto, cierro con pestillo y me tiro en la cama. Ahí es cuando empiezo a llorar de verdad. ¡Lo he hecho! ¡Lo he echado todo a perder! Cualquier rastro de oportunidad que tuviera se desvaneció al disparar esa flecha a los Vigilantes. ¿Qué me harán ahora? ¿Detenerme? ¿Ejecutarme? ¿Cortarme la lengua y convertirme en un avox para que pueda servir a los futuros tributos de Panem? ¿En qué estaba pensando? Por supuesto, no estaba pensando, disparé a la manzana por la rabia que me daba que no me hiciesen caso. No intentaba matarlos. ¡De haberlo intentado, ya estarían muertos! Bueno, ¿qué más da? De todos modos, no iba a ganar los juegos, así que ¿qué importa lo que me hagan? Lo que de verdad me asusta es lo que puedan hacerles a mi madre y a Prim, lo que pueda sufrir mi familia por culpa de mi imprudencia. Jace, Isabelle, incluso Alec; que sentirán si Jeanine Matthews (la Vigilante Jefe) se deshace de mí y no puedo cuidar a Max. ¿Les quitarán lo poco que tienen o enviarán a mi madre a la cárcel y a Prim al orfanato? ¿Los matarán? No los matarán, ¿verdad? ¿Por qué no? ¿Qué más les da a ellos? Tendría que haberme quedado para disculparme, o para reírme, como si hubiese sido una broma, quizás eso los habría vuelto más indulgentes. Sin embargo, en vez de eso, voy y salgo de allí corriendo de la forma más irrespetuosa posible.
Haymitch y Effie están llamando a la puerta; les grito que se vayan y, al cabo de un rato, lo hacen. Tardo al menos una hora en llorar todo lo que puedo; después me quedo hecha un ovillo en la cama, acariciando las sábanas de seda, viendo cómo se pone el sol sobre la artificial silueta de caramelo del Capitolio. Al principio creo que vendrán a detenerme de un momento a otro, pero, conforme pasa el tiempo y la cosa parece menos probable, me calmo. Siguen necesitando a los dos tributos del Distrito 12, ¿no? Si los Vigilantes quieren castigarme, pueden hacerlo en público, esperar a que esté en el estadio y así lanzarme animales salvajes hambrientos. Se asegurarán de que no tenga arco y flechas para defenderme. Sin embargo, antes me darán una puntuación tan baja que nadie en su sano juicio querrá patrocinarme. Eso es lo que pasará esta noche. Como los telespectadores no pueden ver el entrenamiento, los Vigilantes anuncian la clasificación de cada jugador, lo que le da a la audiencia un punto de partida para las apuestas que continuarán durante todos los juegos. El número, una cifra entre uno y doce, donde el uno es rematadamente malo y el doce inalcanzablemente bueno, representa lo prometedor que es el tributo. La nota no garantiza quién ganará, no es más que una indicación del potencial que ha demostrado el tributo en el entrenamiento. Debido a las variables del campo de batalla real, los tributos con puntuación más alta suelen caer casi de inmediato y, hace unos años, el chico que ganó los juegos sólo recibió un tres. En cualquier caso, la clasificación puede ayudar o perjudicar a un tributo en la búsqueda de patrocinadores. Yo esperaba que mis habilidades con el arco me dieran un seis o un siete, aunque no tenga mucha fuerza física, pero ahora estoy segura de que tendré la nota más baja de los veinticuatro. Si nadie me patrocina, mis posibilidades de seguir viva se reducirán casi a cero. Decepcionaré a todas las personas a las que quiero: Isabelle con nuestro entrenamiento; Jace haciéndome conocer todas las runas, y algunas técnicas de lucha; Cuatro y lo cuchillos que me enseñaba a lanzar; Gale y mi familia, que me enseñaron a sobrevivir y amar; Clary, Tris y Madge, con su fuerza, la que me hace sonreír a pesar de vivir en este horrible mundo, con estos horribles juegos que probaré de primera mano; Peeta, que me dio esperanza y una segunda oportunidad, que nadie nunca me ha dado, ese día… Los decepcionaré a todos, y sobre todo a mí misma; tengo que salir hacia delante y superar todos los obstáculos que me pongan personalmente. Antes podía pensar en ganar, ¿por qué ahora no? Ya se han desquitado conmigo, con todos nosotros en estos juegos, solo tengo que ir un paso por delante sin tropezar.
Doy el primero. Cuando Effie llama a la puerta para la cena, decido que será mejor ir.
Esta noche televisarán el resultado de las puntuaciones y no puedo esconderme para siempre. Voy al servicio y me lavo la cara, aunque sigue roja y moteada. Todos me esperan a la mesa, incluso Cinna y Portia; ojalá no hubiesen aparecido los estilistas porque, por algún motivo, no me gusta la idea de decepcionarlos. Es como si hubiese tirado a la basura sin pensarlo el gran trabajo que hicieron en la ceremonia inaugural. Evito mirar a los demás a los ojos mientras me tomo a cucharaditas la sopa de pescado; está salada, como mis lágrimas.
Los adultos empiezan a chismorrear sobre el tiempo y yo dejo que Peeta me mire a los ojos. Él arquea las cejas, como si preguntara: «¿Qué ha pasado?». Me limito a sacudir la cabeza rápidamente. Después, cuando llega el segundo plato, oigo decir a Haymitch:
--Vale, basta de cháchara. ¿Lo habéis hecho muy mal hoy?
--Creo que da igual --responde Peeta--. Cuando aparecí, nadie se molestó en mirarme; estaban cantando una canción de borrachos, creo. Así que me dediqué a lanzar algunos objetos pesados hasta que me dijeron que podía irme.
Eso me hace sentir mejor; Peeta no ha atacado a los Vigilantes, pero al menos a él también lo provocaron.
--¿Y tú, preciosa? --me pregunta Haymitch. Por algún motivo, oír que me llama preciosa me molesta lo suficiente para ser capaz de hablar.
--Les lancé una flecha.
--¿Que qué? --exclama Effie, y el horror que se refleja en su voz confirma mis peores temores.
Todos dejan de comer.
--Les lancé una flecha. Bueno, no a ellos, en realidad, sino hacia ellos. Fue como dice Peeta: no me hacían caso mientras disparaba y... perdí la cabeza, ¡así que apunté a la manzana que tenía en la boca su estúpido cerdo asado! --exclamo, desafiante.
--¿Y qué dijeron? --pregunta Cinna, con cautela.
--Nada. Bueno, no lo sé, me fui después de eso.
--¿Sin que te diesen permiso? --pregunta Effie, pasmada.
--Me lo di yo misma --respondo.
Recuerdo que le prometí a Prim hacer todo lo posible por ganar, y me siento como si me hubiesen tirado encima una tonelada de carbón.
--En fin, ya está hecho --concluye Haymitch, untándose con mantequilla un panecillo.
--¿Crees que me detendrán? --pregunto.
--Lo dudo. A estas alturas sería un problema sustituirte.
--¿Y mi familia? ¿Los castigarán?
--No creo. No tendría mucho sentido. Tendrían que desvelar lo sucedido en el Centro de Entrenamiento para que tuviese algún efecto en la población, la gente tendría que saber lo que hiciste; pero no pueden, porque es secreto, así que sería un esfuerzo inútil. Lo más probable es que te hagan la vida imposible en el estadio.
--Bueno, eso ya nos lo han prometido de todos modos --dice Peeta.
--Cierto --corrobora Haymitch, y me doy cuenta de que ha pasado lo imposible: están intentando animarme. Haymitch coge una chuleta de cerdo con los dedos, lo que hace que Effie frunza el ceño, y la moja en el vino. Después arranca un trozo de carne y empieza a reírse--. ¿Qué cara pusieron?
--De pasmados --respondo, empezando a sonreír--. Aterrados. Eeeh..., ridículos, al menos algunos. --Una imagen me viene a la cabeza--. Un hombre tropezó al retroceder de espaldas y se cayó en una ponchera.
Haymitch se ríe a carcajadas y todos lo imitamos, excepto Effie, aunque está reprimiendo una sonrisa.
--Bueno, les está bien empleado. Su trabajo es prestaros atención, y que seas del Distrito 12 no es excusa para no hacerte caso --afirma. Después mira a su alrededor, como si hubiese dicho algo escandaloso--. Lo siento, pero es lo que pienso --repite, sin dirigirse a nadie en concreto.
--Me darán una mala puntuación --comento.
--La puntuación sólo importa si es muy buena. Nadie presta mucha atención a las malas o mediocres. Por lo que ellos saben, podrías estar escondiendo tus habilidades para tener mala nota adrede. Hay quien usa esa estrategia --explica Portia.
--Espero que interpreten así el cuatro que me van a dar --dice Peeta--. Como mucho. De verdad, ¿hay algo menos impresionante que ver cómo alguien levanta una bola pesada y la lanza a doscientos metros? Estuve a punto de dejarme caer una en el pie.
Sonrío y me doy cuenta del hambre que tengo. Corto un trozo de cerdo, lo mojo en el puré de patatas y empiezo a comer. No pasa nada, mi familia está a salvo y, si están a salvo, no hay ningún problema. Después de cenar nos sentamos en el salón para ver cómo anuncian las puntuaciones en televisión. Primero enseñan una foto del tributo, y a continuación ponen su nota debajo. Los tributos profesionales, como es natural, entran en el rango de ocho a diez. La mayor parte de los demás jugadores se gana un cinco. Me sorprende ver que Rue consigue un siete; no sé qué les enseñaría a los jueces, pero es tan diminuta que ha tenido que ser algo impresionante.
El Distrito 12 sale el último, como siempre. Peeta saca un ocho, así que, al menos, un par de Vigilantes lo estaban mirando. Me clavo las uñas en las palmas de las manos cuando aparece mi cara, esperando lo peor. Entonces sale el número once en la pantalla.
¡Once!
Effie Trinket deja escapar un chillido, y todos me dan palmadas en la espalda, gritan y me felicitan, aunque a mí no me parece real. ¡No los he decepcionado, todavía puedo conseguirlo! ¡Incluso es más probable todavía! Siento como algo pesado en el pecho, y luego se desvanece. Lo intentaré por ellos. Hasta por Peeta.
--Tiene que haber un error. ¿Cómo..., cómo ha podido pasar? --le pregunto a Haymitch.
--Supongo que les gustó tu genio. Tienen que montar un espectáculo, y necesitan algunos jugadores con carácter.
--Katniss, la chica en llamas --dice Cinna, y me abraza--. Oh, ya verás el vestido para tu entrevista.
--¿Más llamas?
--Más o menos --responde, travieso. Peeta y yo nos felicitamos. Otro momento incómodo. Los dos lo hemos hecho bien, pero ¿qué significa eso para el otro? Escapo a mi cuarto lo antes posible y me entierro debajo de las mantas. La tensión del día, sobre todo el llanto, me ha hecho polvo. Me quedo dormida, como si me hubiesen indultado, aliviada y con el número once todavía grabado en la cabeza.
Al amanecer me quedo un rato tumbada en la cama observando cómo sale el sol; hace un día precioso. Es domingo, día de descanso en casa. Me pregunto si Gale estará ya en el bosque. Normalmente dedicamos todo el domingo a proveernos de existencias para la semana: nos levantamos temprano, cazamos y recolectamos, y después hacemos trueques en el Quemador, donde paso el rato con Clary y Tris mientras comemos alguna horrorosa especialidad de Sae; a veces aparece Simon y río a más no poder con sus bromas. Puede que luego vaya a entrenar con Jace y Cuatro. O tal vez quede con Madge y las demás para descansar un poco. Eso haría, pero no lo hago.
Pienso en Gale sin mí. Los dos cazamos bien, pero somos mejores en pareja, sobre todo si intentamos cazar presas grandes. Sin embargo, también nos da una ventaja con las cosas más pequeñas, porque está bien tener un compañero para compartir la carga, para hacer que incluso la ardua tarea de llenar la despensa de mi familia resultase divertido. Llevaba seis meses peleando sola cuando me encontré por primera vez con Gale en el bosque. Fue un domingo de octubre, y el aire frío olía a cosas moribundas. Me había pasado la mañana compitiendo con las ardillas por las nueces, y la tarde, un poco más cálida, chapoteando por los estanques poco profundos para recoger saetas. La única carne que había cazado era una ardilla que prácticamente se había tropezado conmigo en su búsqueda de bellotas, pero los animales seguirían por allí cuando la nieve enterrase mis otras fuentes de alimentación. Como me había adentrado en el bosque más de lo normal, corría de vuelta a casa arrastrando mis sacos de arpillera cuando me encontré con un conejo muerto; estaba colgado por el cuello de un cable fino, treinta centímetros por encima de mi cabeza. Había otro unos trece metros más allá. Reconocí las trampas de lazo, porque mi padre las usaba: la presa cae en ellas y sale disparada por el aire, lo que la pone fuera del alcance de otros animales hambrientos. Yo llevaba todo el verano intentando usar trampas, aunque sin éxito, así que no pude evitar soltar mis sacos para examinarla. Acababa de tocar el cable del que colgaba uno de los conejos cuando oí una voz.
--Eso es peligroso.
Retrocedí de un salto y apareció Gale; había estado escondido detrás de un árbol, y seguramente me llevaba observando desde el principio. Sólo tenía catorce años, pero ya rozaba el metro ochenta y para mí era todo un adulto. Lo había visto por la Veta y en el colegio, y en otra ocasión más, ya que él había perdido a su padre en la misma explosión que había matado al mío. En enero, yo estaba junto a él cuando le dieron la medalla al valor en el Edificio de Justicia, otro hermano mayor sin padre. Recordaba a sus dos hermanos pequeños, agarrados a su madre, una mujer cuya barriga hinchada dejaba claro que le faltaban pocos días para dar a luz.
--¿Cómo te llamas? --me preguntó, acercándose para sacar el conejo de la trampa. Tenía otros tres colgados del cinturón.
--Katniss --respondí, con una voz apenas audible.
--Bueno, Catnip, robar está castigado con la muerte, ¿no lo habías oído?
--Katniss --repetí, en voz más alta--. Y no estaba robando, sólo quería echarle un vistazo a tu trampa. Las mías nunca cogen nada.
--Entonces, ¿de dónde has sacado la ardilla? --me preguntó, frunciendo el ceño, poco convencido.
--La maté con el arco --respondí, descolgándomelo del hombro. Seguía usando la versión pequeña que me había hecho mi padre, aunque practicaba con el grande siempre que podía. Esperaba poder abatir presas más grandes cuando llegara la primavera.
--¿Puedo verlo? --preguntó Gale, con la mirada fija en el arco.
--Sí, pero recuerda que robar está castigado con la muerte --le dije, pasándoselo.
Fue la primera vez que lo vi sonreír; la sonrisa convertía al chico amenazador en alguien a quien te gustaría conocer, aunque tuvieron que pasar varios meses para que volviese a sonreír de nuevo. Entonces hablamos sobre la caza, le dije que podía conseguirle un arco si me daba algo a cambio; no comida, sino conocimientos. Quería poner mis propias trampas y atrapar a varios conejos gordos en un solo día, y él contestó que podíamos arreglarlo. Con el paso de las estaciones empezamos a compartir a regañadientes lo que sabíamos: nuestras armas, los lugares secretos que estaban llenos de ciruelas o pavos silvestres. Él me enseñó a poner trampas y a pescar; yo le enseñé qué plantas se podían comer y, al final, le di uno de mis preciados arcos. Hasta que un día, sin que ninguno de los dos dijera nada, nos convertimos en un equipo: nos repartíamos el trabajo y el botín, y nos asegurábamos de que ambas familias tuviesen comida.
Gale me dio la seguridad que me faltaba desde la muerte de mi padre. Su compañía sustituyó a las largas horas solitarias en el bosque. Mejoré mucho como cazadora, porque ya no tenía que estar siempre mirando atrás; él me guardaba las espaldas. Sin embargo, se convirtió en mucho más que un compañero de caza, se convirtió en mi confidente, en alguien con quien compartir pensamientos que nunca podría expresar dentro de los confines de la alambrada. A cambio, él me confió los suyos. Había momentos en el bosque, con Gale, en los que era realmente... feliz. Digo que es mi amigo, aunque, en el último año, parece una palabra demasiado suave para explicar lo que Gale significa para mí. Noto una punzada en el pecho; ojalá estuviera conmigo... Aunque, claro, no me gustaría, no quiero que esté en el estadio, donde acabaría muerto en unos días. Pero..., pero lo echo de menos, y odio estar tan sola. ¿Me echará de menos? Seguro que sí. Los echo de menos, a todos. Al único que tengo aquí a mí lado y quiero es Peeta, y quiere matarme o tendrá que hacerlo de todos modos si quiere volver. Eso es lo realmente me mata.
Pienso en el once que apareció anoche debajo de mi nombre. Sé lo que me habría dicho Gale: «Bueno, todavía se puede mejorar». Después sonreiría y yo le devolvería la sonrisa sin dudarlo. No puedo evitar comparar lo que tengo con Gale con lo que finjo tener con Peeta. Nunca cuestiono los motivos de Gale, mientras que con Peeta es todo lo contrario. En realidad, no es justo compararlos, porque Gale y yo nos unimos para sobrevivir, mientras que Peeta y yo sabemos que la supervivencia del otro significaría la muerte. ¿Cómo se puede pasar eso por alto?
Effie llama a la puerta para recordarme que me espera otro «¡día muy, muy, muy importante!». Mañana por la noche nos entrevistará la televisión, así que supongo que todo el equipo estará liado preparándonos para el acontecimiento. Me levanto, me doy una ducha rápida prestando más atención a los botones que toco y bajo al comedor. Peeta, Effie y Haymitch están inclinados sobre la mesa, hablando en voz baja, lo que me parece extraño, pero el hambre vence a la curiosidad y me lleno el plato antes de unirme a ellos. Hoy el estofado está hecho con tiernos trozos de cordero y ciruelas pasas, perfecto sobre un lecho de arroz salvaje. Llevo ya horadada media montaña de comida cuando me doy cuenta de que no habla nadie. Le doy un buen trago al zumo de naranja y me limpio la boca.
--Bueno, ¿qué está pasando? Hoy nos prepararéis para las entrevistas, ¿no?
--Sí --respondió Haymitch.
--No tenéis que esperar a que acabe. Puedo escuchar y comer a la vez.
--Bueno, ha habido un cambio de planes con respecto al enfoque.
--¿Cuál?
No estoy segura de cuál es nuestro enfoque; la última estrategia que recuerdo es intentar parecer mediocres delante de los demás tributos.

--Peeta nos ha pedido que lo entrenemos por separado --responde Haymitch, encogiéndose de hombros.

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